El abuso emocional y psicológico en la infancia deja secuelas profundas.
El abuso emocional y psicológico en la infancia deja secuelas duraderas que muchas veces pasan desapercibidas. A diferencia de otros tipos de maltrato, no deja marcas visibles en la piel, lo que dificulta su identificación y, en consecuencia, la activación de mecanismos de protección para el menor.
Según múltiples investigaciones —y como advierte UNICEF en sus informes—, este tipo de violencia suele ser ejercida por personas con las que el niño o la niña mantiene un vínculo emocional cercano, siendo los progenitores, cuidadores y tutores legales los agresores más frecuentes. Es decir, quienes deberían cuidar, proteger y brindar seguridad, terminan siendo la fuente del daño.
El maltrato emocional en el entorno familiar vulnera un derecho básico del menor: el derecho a sentirse seguro, protegido y valorado en su hogar. Esta forma de violencia silenciosa mina la autoestima, distorsiona la percepción de la realidad y dificulta el desarrollo afectivo sano.
¿Qué formas adopta el abuso emocional?
Las manifestaciones del abuso emocional son múltiples y pueden pasar desapercibidas durante años:
-
Gritos, amenazas, desprecios o insultos. No necesariamente se trata de una situación llamativa o escandalosa, sino de una forma de trato continua al menor o menores, en la edad que están construyendo su identidad y estas conductas denigrantes van a incidir sobre su autoconcepto.
-
Aislamiento deliberado del menor, de otros niños o de sus familiares. En los casos más graves, se da un aislamiento total impidiendo que salga de una habitación o tenga contacto con cuanquier persona como maestros, médicos… que pueda detectar la situación que vive el menor.
-
Ridiculización constante.
-
Ignorar sistemáticamente sus emociones o peor aún desacreditarlas con frases tan conocidas como «no llores que te pones muy feo-a», «no es para tanto», «los chicos no lloran»…
-
Uso de ironía o manipulación para confundirlo o hacerle dudar de su percepción
Recuerdo un caso en que el progenitor abusador le decía al menor » a ver si te vamos a tener que llevar a un médico, y el menor al ser preguntado por el significado respondió » para que el médico diga si estoy loco o tonto»),
Otro caso en el que para que el niño aprendiera a hacer de cuerpo en le wc y no en el pañal la madre restregaba las heces por la cara del niño, que contaría, según sus recuerdos con 2 ó 3 años de edad.
Consecuencias emocionales en el menor
Este tipo de abuso genera sentimientos que van calando hondo y moldeando la identidad:
-
Miedo constante.
-
Indefensión y desamparo.
-
Vergüenza.
-
Ansiedad profunda.
Todos estos sentimientos en los y las menores van a ir asentando la sensación de que nada de lo que hagan tendrá resultados positivos, por lo que la autoestima y el autoconcepto queda roto con mensajes que se interiorizan como: “No valgo”, “No importa lo que haga, no cambiará nada”, “No merezco amor ni respeto”.
La duda que se ha empezado a sembrar sobre sí mismo/a dejará un poso que aparecerá cada vez que las circunstancias sean parecidas a las que le provocaron estos sentimientos, Y lo más grave: en entornos familiares donde estos comportamientos no sólo no se corrigen, sino que se justifican, minimizan o incluso se ocultan, el menor crece en un clima de invalidación total.
Durante generaciones no se ha dado importancia al menor, se ha pensado que “los niños no se acuerdan”, que “los padres pueden hacer lo que quieran con sus hijos”, que es la forma de educar, que con abuso se aprende más rápido, que por dar una casa, comida, colegio y ropa es suficiente, que las cosas materiales son lo que a deben dar y lo emocional es anulado, sin tener en cuenta que un niño no solo necesita sobrevivir, necesita sentirse querido, visto y protegido.
El mensaje que reciben es claro: “No valgo”, “No importa lo que haga, no cambiará nada”, “No merezco amor ni respeto”. Así, la autoestima y el autoconcepto se ven dañados desde los primeros años. Estos sentimientos, al repetirse de forma sistemática y sin validación externa, acaban asentando una narrativa interna de inutilidad, sumisión y miedo a expresarse.
Lo más grave ocurre cuando estos comportamientos no solo no se corrigen, sino que se justifican, minimizan o incluso se ocultan dentro del entorno familiar. El niño crece en un clima de invalidación total, donde no hay espacio para el reconocimiento del daño ni para la reparación emocional.
Durante generaciones, se ha restado importancia al maltrato emocional con frases como “los niños no se acuerdan”, “los padres pueden hacer lo que quieran con sus hijos”, o “con gritos y castigos se aprende más rápido”. Se ha confundido el cuidado con la simple provisión de lo básico: casa, comida, ropa y colegio. Pero un niño no solo necesita sobrevivir: necesita sentirse querido, visto y protegido.
Cuando no hay a quién recurrir
El peor de los casos se da cuando el niño no tiene ningún adulto en el entorno al que recurrir cuando se siente en peligro o necesita ayuda. Esto es especialmente frecuente en familias narcisistas, donde todo gira en torno al bienestar, la imagen o el control de los adultos. El menor queda completamente desprotegido, sin referentes seguros ni consuelo emocional. A menudo, se le hace creer que lo que vive es “normal” o incluso que es su culpa.
Peor aún es la situación legal que vivimos en la actualidad, en la que muchas veces se priman los derechos de los padres por encima del interés superior del menor, amparándose en el argumento obsoleto de que un niño necesita un padre y una madre, aunque alguno de ellos sea claramente perjudicial para su desarrollo. El sistema tiende a favorecer la figura de la “familia tradicional”, incluso cuando uno de los progenitores incurre en maltrato emocional, manipulación, amenazas veladas o desvalorización constante.
Este enfoque legal no solo deja a muchos menores desamparados, sino que refuerza el mensaje destructivo de que su sufrimiento no importa, y de que los adultos tienen derecho a todo simplemente por el hecho de ser progenitores. Se ignora que ese niño dañado probablemente será un adulto con secuelas emocionales profundas y, lo que es más grave aún, que el ciclo de abuso y el comportamiento aprendido tenderá a repetirse, perpetuando así el maltrato de generación en generación.
Las secuelas a largo plazo: mucho más que un mal recuerdo
El abuso emocional infantil no se queda en la infancia. Tiene consecuencias a largo plazo, que pueden manifestarse en forma de:
-
Depresión o ansiedad crónica.
-
Dificultades para establecer vínculos afectivos sanos.
-
Aislamiento.
-
Baja autoestima.
-
Trastornos del apego.
-
Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), especialmente en su forma compleja.
El peor de los casos se da cuando el niño no tiene ningún adulto en el entorno al que recurrir cuando tiene la necesidad o se siente en peligro. Esto es más que habitual en las familias narcisistas en el que el funcionamiento está centrado en el bienestar único de los adultos, y cuando digo bienestar incluyo la
Esta forma de abuso, sutil y difícil de reconocer desde fuera pero también desde dentro de la relación e incluso para la propia víctima tiene consecuencias no solo a corto plazo sino que es probable que también aparezcan consecuencias a largo plazo como son la depresión, ansiedad, aislamiento, problemas en las relaciones, disminución de la autoestima y un apego inseguro, así como el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT),y esto hace que sea imprescindible que nos fijemos en la importancia de la familia ( no voy a adentrarme mucho en los detalles de las familias disfuncionales porque ya he hablado de esto en otros post que enlazo aquí por si quieres saber más o por si aún no los has leído
El Trastorno de Estrés Postraumático Complejo (TEPT-C): una herida abierta desde la infancia
Cuando el trauma emocional se repite en el tiempo, se inicia desde la infancia y proviene de figuras de apego, no hablamos de un trauma puntual. Hablamos de TEPT complejo, una forma profunda y persistente de sufrimiento que afecta múltiples áreas de la vida adulta.
En el manual diagnóstico DSM-IV se conocía como Trastorno de Estrés Postraumático complejo (bajo la categoría DENOS). Aunque el DSM-5 ha integrado sus síntomas, la especificidad de este diagnóstico aún no está del todo delimitada. En cambio en el manual editado por la OMS (CIE‑11) el TEPT‑C está reconocido oficialmente
Muchas personas me contactan ya con este autodiagnóstico, y en algunos casos es acertado. Pero en otros, no se corresponde con la realidad clínica. Es fundamental realizar una evaluación psicológica rigurosa, que tenga en cuenta toda la historia de vida.
¿Qué diferencia al TEPT‑C del TEPT “normal”?
-
TEPT: suele ligarse a eventos aislados (accidentes, agresiones, catástrofes).
-
TEPT‑C: se desencadena por traumas repetidos y prolongados en el tiempo y que en su mayoría han tenido inicio en la infancia como abuso infantil y violencia doméstica.
Según la CIE‑11 el TEPT‑C incluye los síntomas clásicos del TEPT (como recuerdos intrusivos, evitación y hipervigilancia), más tres dominios adicionales:
-
Desregulación emocional
Dificultades severas para gestionar emociones: estallidos, agitación crónica o entumecimiento emocional -
Creencias negativas sobre uno mismo
Sentimientos persistentes de vergüenza, culpa o inutilidad; convicción de estar “defectuoso” o “dañado” . -
Dificultades relacionales
Problemas para confiar, vincularse, formar relaciones seguras o mantenerse en vínculos saludables con otras personas .
Sintomatología del TEPT-C en la vida adulta
El TEPT complejo no aparece de la nada. Es el resultado de haber vivido situaciones sostenidas de abuso, negligencia o violencia emocional, especialmente cuando no se ha contado con una red de apoyo o una salida segura. Muchas personas lo desarrollan tras haber estado en relaciones de pareja profundamente destructivas, en entornos familiares marcados por el maltrato, o en escenarios extremos como la guerra o un secuestro. Pero a veces no hace falta un evento “espectacular” para que aparezca: basta con haber vivido durante años en una dinámica donde el dolor emocional fue la norma.
Algunas de las manifestaciones más frecuentes son:
-
Disociación: uno de los mecanismos más comunes. La persona puede sentir que está desconectada de su entorno o de sí misma. Esto se traduce en sensaciones como despersonalización (no sentir el cuerpo como propio) o desrealización (percibir el mundo como irreal o lejano). Es una estrategia de la mente para alejarse del dolor, para no colapsar.
-
Lagunas de memoria: muchas personas no recuerdan etapas completas de su infancia o fragmentos dolorosos de su historia. La mente guarda el recuerdo como puede, y a veces decide “cerrar la puerta”.
-
Culpa y sensación de inutilidad: el diálogo interno suele estar cargado de autocrítica. “Fue culpa mía”, “no valgo para nada”, “yo provoqué lo que pasó”. Este discurso no surge porque la persona quiera sentirse mal, sino porque es lo que ha aprendido a creer.
-
Dificultades para confiar, vincularse o intimar emocionalmente: el vínculo, que en teoría debería sentirse como un lugar seguro, se convierte en un territorio hostil que genera ansiedad y miedo.
-
Somatización: el cuerpo grita lo que la mente ha callado durante años. Dolores musculares persistentes, problemas digestivos, cefaleas, fatiga crónica… todo ello sin una causa médica clara.
-
Confusión de valores y pérdida de sentido vital: cuando el abuso ha sido persistente, muchas personas experimentan una crisis existencial. No saben qué quieren, en qué creen o qué dirección tomar, pero agravado por el bloqueo en su progresión vital, en el estancamiento que muchos de los afectados sufren.
-
Inestabilidad emocional: cambios bruscos de estado de ánimo, irritabilidad, reacciones explosivas, llanto sin motivo aparente, ataques de ira…
-
Autolesiones: No aparencen en todos los casos y comosiempre dgo, hay grados en un mismo trastorno, así que este síntoma sería más habituale en los casos de mayor intensidada del trastorno. Las autolesiones no ocurren siempre con la intención de morir, sino como intento desesperado de gestionar el dolor emocional, de sentir “algo” o de castigar al cuerpo por ese sufrimiento que parece no tener nombre.
-
Ideación suicida: en los casos más graves, la sensación de vacío y desesperanza puede llevar a pensar que no hay salida. No siempre hay intención real de morir, pero sí un deseo profundo de que el sufrimiento termine, de salir de la situación insotenible que viven desde que tienen memoria.Representa más una necesidad de evadirse que una intención suicida en la mayoría de los casos.
Pete Walker y los síntomas emocionales del TEPT complejo
Lo que quería hoy que quedara claro no es la parte formal que es más para profesionales sino la parte que hace alusión a los síntomas característicos y únicos de esta modalidad de TEPT
-
-
Los flashbacks emocionales
-
Los flashbacks no son de tipo visual.
La conexión que se hace desde el estimulo desencadenante (hecho del presente que conecta con las mismas sensaciones y emociones que experimentó en el pasado, en la etapa de la infancia) y que provoca una reacción, que va a ser muy similar a la que provocó el recuerdo en el pasado. Estos flashback provocan una desestabilización enorme en la persona, incluso con parálisis de su vida, son una mini vuelta al pasado con la visión de adulto en el que además de síntomas depresivos se caracterizan por ser incontrolables en el tiempo, es decir pueden durar horas, días e incluso semanas. Esta vuelta al pasado en lo que se refiere al estado emoción
-
-
- cuando hay predominio de la desesperanza, del sentimiento de que no hay solución ni esperanza de ella, puede aparecer parálisis y desesperación por esconderse o desaparecer.
- cuando el flashback se vive con miedo intenso la persona siente gran ansiedad incluso con miedo a morir.
-
Vergüenza tóxica:
-
Sentimiento de vergüenza sobre sí mismo/a que destruye cualquier ápice de autoestima que tenga la persona. y produce sentimientos de autodesprecio de autoodio que está íntimamente relacionado con los sentimientos del pasado, de la época de la niñez en que sufría ese desprecio, cuando las miradas del adulto abusador le atemorizaban. Este sentimiento invalida a la persona en buscar ayuda y apoyo en los demás, y es que habitualmente el sentimiento de vergüenza de unos mismo lleva a la persona al aislamiento a rendirse indefenso ante el sentimiento de humillación y la creencia de no ser merecedor de la atención y el cuidado de los demás.
-
-
Autoabandono
-
No sólo en los aspectos físicos como la alimentación, higiene… sino también en los social, personal y profesional, hasta niveles máximos de meterse en la cama tiempo prolongado y no poder hacer ninguna actividad.
-
-
Autocrítica elevada
-
Muy elevada diría yo, ya que se trata de un automachaque continuo que por una pequeño error puede llevar a flagelarte, autocuestionarte y castigarte durante días e incluso semanas.
Estas reacciones son ecos de un pasado infantil donde el miedo, el desprecio o la humillación eran cotidianos.
Sintomatología del TEPT-C en la infancia y la adolescencia
Cuando un niño o una niña crece en un entorno de abuso emocional o psicológico sostenido en el tiempo, su desarrollo se ve profundamente alterado. No solo se rompe su seguridad básica, sino que, al no tener recursos emocionales ni apoyo externo, acaba elaborando una narrativa interna muy dañina: “si me tratan así, debe ser porque hay algo malo en mí”. Esta idea cala hondo y se convierte en la base sobre la que se construye su identidad.
Algunas de las manifestaciones más habituales del Trastorno de Estrés Postraumático Complejo en estas etapas son:
-
Retrasos en el desarrollo físico y psicológico. No crecen al mismo ritmo que otros niños en contextos seguros.
-
Somatización frecuente. Dolores de cabeza, de estómago, problemas dermatológicos o respiratorios sin causa médica clara.
-
Apego inseguro. Les cuesta generar vínculos de confianza y seguridad con los demás.
-
Dificultades para regular sus emociones. Estallan, se bloquean o se paralizan sin saber por qué.
-
No saben expresar lo que necesitan. Ni siquiera lo tienen claro ellos mismos.
-
Amnesia selectiva. Lagunas respecto a ciertas experiencias o períodos de su vida.
-
Descontrol de impulsos. Que puede manifestarse en forma de agresividad, gritos, conductas arriesgadas.
-
Problemas de sueño. Insomnio, pesadillas, terrores nocturnos.
-
Alteraciones en la alimentación. Comer en exceso, dejar de comer o relacionarse con la comida desde el descontrol.
-
Autolesiones. En muchos casos como única vía que encuentran para aliviar el malestar interno.
-
Dificultades cognitivas. Problemas de atención, concentración, planificación, memoria…
-
Inmadurez en el lenguaje y la comunicación. Que se refleja en el modo en que cuentan lo que les ocurre o interactúan con otros.
-
Distorsión del autoconcepto. Se ven defectuosos, “rotos”, inadecuados. La autoestima está muy dañada y dominan sentimientos de vergüenza, autocrítica y autorrechazo.
Todo esto no ocurre por casualidad ni porque “el niño es complicado”. Son respuestas adaptativas a un entorno que no les ha ofrecido seguridad ni validación. Entenderlo es el primer paso para dejar de juzgar y empezar a acompañar.
Sanar el trauma infantil: un proceso, no una receta
No hay fórmulas rápidas ni soluciones mágicas. Sanar las heridas de la infancia requiere un trabajo profundo, constante y acompañado. No basta con identificar lo que ocurrió; es necesario reconstruir desde dentro, cuestionar creencias, aprender a cuidarse y desarrollar herramientas nuevas para la vida adulta.
Si reconoces alguno de estos patrones en tu historia personal, no estás solo/a. Lo que viviste no fue culpa tuya. Y es posible sanar, paso a paso, con la ayuda adecuada y el compromiso contigo mismo/a.
Deja una respuesta