Otra vez os comparto un escrito que no he realizado yo, se trata de un cuento que plasma la envergadura del desarrollo cuando nace en un determinado entorno, en una familia tóxica. Trata de la experiencia en una familia narcisista en primera persona. Como me decía el autor, el personaje es un ave poco conocida y bastante del montón «ya sabes que no me gusta destacar». Comparto este cuento para invitaros a reflexionar acerca de quién es uno realmente, en cuáles son las limitaciones que cada uno/a de tiene impiden sacar el potencial que realmente tiene y en cómo influye la visión que tienen los demás de ti y cómo ha influido en tu vida.
Me ha gustado tanto que le pedí permiso para compartirlo con vosotros/as.
La vida puede comenzar de nuevo.
Estar vivo no es vivir.
Azurai vive muy al sur de la Patagonia, en el Círculo Polar Antártico. Es un cormorán.
Los cormoranes son hábiles pescadores. Una vez en vuelo, son capaces de sumergirse muchos metros bajo el mar. La peculiaridad de que sus plumas no repelan el agua, como en otras aves, les permite sumergirse profundamente para pescar.
Nuestro amigo se las ha arreglado para vivir seis años. Porque Azurai, no podía volar.
Nada más salir del huevo, los otros cormoranes de la colonia notaron algo muy distinto a lo deseado. En su mayoría esperaban un ejemplar hembra, ya que en el núcleo familiar había muy pocas a causa del ataque sufrido meses atrás por un grupo de focas leopardo, justo en época de cría. Los que no tenían esa expectativa, hubieran preferido un macho grande de cresta naranja, los que tienen un mayor índice de éxito en la pesca. Desafortunadamente, no era una cosa ni otra, era un ejemplar de cormorán bastante común. Cierto desencanto corrió por los salientes de la gran roca que les daba cobijo.
Azurai creció normalmente en su colonia. Aunque tuvo algunas de las experiencias habituales de un cormorán, algo había extraño en él. Se sentía diferente, distinto a los de su edad. Lo sabía porque se lo habían dicho muchas veces. En la colonia todos conocían que era diferente, y que no llegaría a ser nunca un cormorán de verdad. Los mayores lo tenían claro, y algunas veces se los oyó decir. Otras muchas, la mayoría, no los oía, sino que sentía el silencio cuando necesitaba ser arrullado, o la indiferencia cuando necesitaba apoyo, o el abandono cuando necesitaba cariño. Estaba claro que no podía ser digno de mucho aprecio, cuando tantos mensajes de este tipo le llegaban, incluso de adulto.
Así que comenzó a sentirse un cormorán discapacitado. Estaba claro que algo pasaba con él. Otros de su edad comenzaban a volar, a hacer pasadas a baja altura ante las hembras, y a pescar sus primeros cangrejos. Se sentía incapaz de desplegar unas alas que no eran suficientes para sustentarlo. Sentía su cuerpo extraño y pesado, y le avergonzaba la posibilidad de caer sobre una playa llena de grupos de jóvenes nada más intentarlo. Así que poco a poco, fue asumiendo que no era un cormorán normal. Iba a tener que arreglárselas sin volar, si ello era posible.
Azurai fue siempre valiente, aunque no se dio cuenta de ello hasta mucho tiempo después. Las discapacidades en los cormoranes suelen llevar directamente a la muerte. El Océano es un lugar frío, de fuertes tempestades, condiciones ya de por sí duras para cualquier ave adaptada, así que una discapacidad no suele acabar bien. La alimentación se hace difícil, y cuando baja la población de peces, mueren de hambre en unos pocos días.
Observaba a los pingüinos. Tenían ciertas similitudes con él. Al no poder volar, pescaban gracias a su agilidad bajo el agua, con el impulso de sus pequeñas aletas, y su astucia y rapidez. Así que intentó adaptarse a la pesca sin vuelo, y fue aprendiendo a encoger sus alas, imitando ciertos movimientos de los pingüinos, y finalmente desarrolló una forma propia de pescar. Capturaba cangrejos, caracolas, y pequeños peces que se encontraban muy cerca de las rocas. No era mucho, pero le permitía alimentarse a pesar de su condición de discapacitado.
Y así fue transcurriendo su vida. Las pequeñas adaptaciones en cuanto a alimentación y vida social de los cormoranes le permitieron vivir seis años, más de la mitad de lo que vive un cormorán común. No había sido feliz. Más bien había sobrevivido, sin aquello que los demás tenían sin aparente esfuerzo, y sentía que su incapacidad le limitaba la mayor parte del tiempo. Aun así, tenía cierta sensación de orgullo por haber vivido tanto tiempo, cierta sensación de nobleza y la honestidad, aunque el esfuerzo hubiera sido tan agotador.
La vida se fue haciendo más dura conforme pasaba el tiempo. El viento de fondo había sido siempre más o menos constante, y se basaba en las mismas dificultades: su incapacidad, su insuficiencia para llevar una vida normal, y su supuesta actitud de no querer ver algo tan evidente, de intentar superar aquella insuficiencia en lugar de aceptarla y claudicar. Había buscado tanto, y estaba tan cansado!
Un día tocó fondo. Los peces de las rocas habían desaparecido a causa de una gran tormenta, y su pareja le rechazó. Azurai se dio cuenta de que su final estaba cerca.
Se sintió desterrado. Se mudó a otro lado de la isla, en el abrigo de una roca, más al norte.
Allí comenzó de nuevo, las circunstancias eran similares, pero fue dándose cuenta de algunas cosas y conociendo algunos animales nuevos.
Aprendió nuevas técnicas de otros pingüinos. En la soledad se sentía menos despreciado, y más capaz de aprender, y así reunió energía para seguir adelante.
Poco a poco, como venía sospechando desde hacía un tiempo, fue recordando que quizá no era tan incapaz como creyó y le ayudaron a creer. Quizá no era un cormorán discapacitado, sino que creía serlo. Siempre le había llamado la atención que sus alas parecían normales, incluso bastante fuertes, y nunca había entendido porqué era incapaz de desplegarlas. Otros cormoranes, con alas más pequeñas o con defectos en ellas, eran capaces de hacer picados imponentes, y salir del agua con un gran pez en el pico. Las cosas empezaban a encajar. ¿Podría ser que su incapacidad no fuera real, sino adquirida, fruto de una creencia?
Su actitud también fue cambiando. Ahora era capaz de hacer más cosas, de buscar ayuda, de mirar hacia los demás en busca de una explicación a lo que le ocurría. Ya no era un cormorán joven, pero se iba sintiendo más vivo, disfrutaba más de los momentos de la isla. La vida tenía un poco más de color.
Lo bueno sólo algunos pueden verlo.
Los albatros son aves majestuosas. Su capacidad para volar es muy grande, cubren grandes distancias sin esfuerzo. La isla era un lugar de paso, y algunos vivían allí.
Hay momentos decisivos en la vida de un cormorán. Coincidir con un albatros en la playa fue uno de ellos. Azurai lo conoció a su regreso de un largo viaje. La inquietud que le invadía desde meses atrás le llevó a preguntarle: ¿crees que sería capaz de volar?
Yo sólo veo un cormorán imperial delante de mí. No te falta ni te sobra nada. Y siguió: Lo que tú eres, ya lo eres. No necesitas hacer nada para ser un cormorán imperial, pero has creído que no es así, por tanto, es posible que sí necesites hacer algo para recordarlo.
Respeta lo que eres. Aprecia lo que eres, ama lo que eres. Has creído que no lo merecías, que tus alas no pueden desplegarse, pero eso no ha cambiado la realidad, solo ha hecho que la olvidaras. Si ahora lo respetas, recordarás que siempre lo mereciste, que nunca fuiste indigno de ello.
Creíste una mentira que te hizo olvidar la verdad. Deja de creer en la mentira, y la verdad quedará expuesta resplandeciente, sin esfuerzo. Si cuando lo hayas hecho sientes la necesidad de volar, sal a ese cielo y vuela.
Las palabras del albatros resonaron con fuerza en Azurai. Recordó que era un cormorán imperial normal, incluso bastante bueno en algunas cosas. Recordó que las circunstancias de su vida le llevaron a creer lo contrario, a rodearse de limitaciones, y sintió la necesidad de expresar, de actuar, de vivir como lo que en realidad era. Sintió la necesidad de regresar a la playa, años atrás, y proteger con inmenso cariño al polluelo que fue.
Sólo tienes que creer en ti.
Esa tarde subió a un risco de la zona norte de la isla. El viento suave, de poniente. Nadie observaba. El día era limpio y claro.
El risco se alzaba sobre el mar, así que no había un gran peligro. Solo la posibilidad del fracaso, pero no la muerte. Esta vez sentía vértigo, pero no miedo. Necesitaba intentarlo.
Siempre había podido hacerlo, pero se había sentido incapaz de evitar caer a plomo. Había ocurrido tantas veces. Esta vez sería diferente. Se dio cuenta de que el aprendizaje, a veces, no es el camino que recorremos hasta que podemos hacer algo, sino el que recorremos hasta que dejamos de creer que no podemos hacerlo.
Tomó carrera. El reflejo débil del sol, que se encontraba en la zona de los grandes hielos, brillaba en su pico. De pronto dudó, pero al llegar al final de la roca, sus alas se desplegaron, seguras, fuertes. No lo podía creer, eran enormes, majestuosas, de plumaje denso, brillante. Supo que no iba a caer.
Nada más iniciar el vuelo, volvió a dudar, a modo de vértigo. No debo hacer un vuelo largo, ellos pueden verme y pensar que he cambiado, pero mañana puedo haberlo olvidado y necesitaré que me sigan considerando inferior para no tener que enfrentarme a la vergüenza otra vez.
Conforme el viento templado de la tarde le ayudaba a elevarse, Azurai se dio cuenta de que no había vuelta atrás. La realidad siempre estuvo ahí, siempre fue un cormorán imperial, siempre pudo volar, solo había creído que no era así. Ahora lo sabía.
Continuó el vuelo un buen rato. No era algo que requiera esfuerzo, no era la sensación de tener que aprender. Sabía. Se había curado.
Regresó, tras haber intentado pescar con un clavado trepidante, y aterrizó suavemente en la playa. El sol bañaba la arena.
La vida comenzaba de nuevo.
En el cuento el albatros representa la terapia psicológica, pero es válido para cualquier persona que te haya hecho tomar consciencia de lo que eres realmente
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Gloria Sáez
Tenias razón. Debia leerlo, le identifico al 100%. Gracias
Silvia Rodriguez
Un besazo Gloria
Virginia
Gracias. Esa pregunta ha estado rondando mi mente todo este tiempo de despertar. Soy Azurai, y puedo volar.
Silvia Rodriguez
Seguro que sí. Cree en ti.
Un abrazo muy fuerte
Silvia
Virginia Suárez
Gracias, Silvia. Gracias.