Las familias de las que nos ocupamos en esta ocasión son también disfuncionales, pero mucho más difíciles de reconocer y detectar que aquellas de las que nos ocupamos en el post anterior. Aunque presentan apariencia de normalidad, en estas familias se dan conductas sutiles, pero dañinas para con los hijos.
Las familias encubiertamente narcisistas -término que emplea Donaldson-Pressman, S. y Pressman, R.M. en su libro “La Familia Narcisista”- ofrecen al exterior una apariencia que va desde la normalidad hasta la perfección y desde el interior también parecen fantásticas. Pero resulta que cuando los niños crecen comienzan a tener problemas en sus relaciones íntimas de pareja que pueden empezar a manifestarse desde la adolescencia.
Los adultos que crecieron en este tipo de familias, cuando acuden a terapia, no lo hacen por un posible trauma familiar o de infancia, sino que la demanda tiene que ver con problemas en sus relaciones personales. En un principio, no son capaces de identificar o reconocer que su problema actual puede provenir de su familia de origen. Después de todo, nadie tomaba ni consumía drogas, ni alcohol, no se daban palizas, no habían escándalos ni miseria, nadie tenía una enfermedad severa, etcétera, sino que la percepción que tienen es que en su familia todo andaba bien, no existían problemas.
En estas familias, la prioridad familiar gira en torno a las necesidades de los padres, y que los niños cubran estas necesidades es lo que se espera de ellos.
Si nos detenemos a analizar las implicaciones de esta dinámica, nos daremos cuenta que si se espera que los niños satisfagan las necesidades parentales, las suyas propias pasarán a ocupar a un segundo plano dejando de ser importantes y, por lo tanto, no serán objeto de atención en el sistema familiar. Estos niños que crecen sin que se tengan en cuenta las necesidades propias de la infancia, como el ser escuchado, que sus inquietudes encuentren respuesta o atender sus miedos, tener confianza en los progenitores y sentir que son personas dignas de cariño, tiempo e importancia, no aprenden a demandar lo que quieren o necesitan o a reconocer y transmitir los sentimientos apropiadamente.
Estos niños aprenden que no son importantes, que sus demandas no serán atendidas, que se tomarán como tonterías o como inapropiadas. Aprenden a ocupar un lugar en el que no sean molestos, intentando evitar a la familia cualquier disgusto o contratiempo. Han asumido que la calma, el quedar bien y/o la imagen social de perfección no debe ser quebrantada.
Esto tiene para los pequeños un efecto a largo plazo y cuando sean adultos tendrán tan interiorizadas estas creencias que seguirán practicando las mismas conductas pero de una forma automatizada, es decir, sin ser conscientes de ellos.
El niño que aprendió que las necesidades de otros son más importantes que las propias y que la satisfacción del prójimo se antepone a la de uno mismo, seguirá la misma pauta de adulto, y no sólo en ambientes íntimos y de confianza, sino en casi todos los planos de su vida. Esto le creará una infelicidad permanente.
No ser molesto, no causar preocupaciones o evitar problemas a sus padres, son comportamientos habituales en estos niños. Con el paso del tiempo aprenden a disfrazar sus sentimientos, a sentir cosas que realmente no sienten porque es lo que hay que sentir. De ese modo interiorizan, hacen suya, la visión de los padres como la única forma válida y correcta, rechazando lo que realmente sienten.
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2 Respuestas
Luz Mendoza
Despues de 35 años me doy cuenta que he vivido con un psicopata y que el daño que les causo a nuestros hijos es devastador. El mayor tiene 27 años y ya estuvo en un psiquiatrico por un brote psicotico. No ha tenido novia y le es dificil relacionarse afectivamente con el sexo opuesto. Que puedo hacer por el?
Desprecio a la víctima
[…] Con frecuencia, y lo veremos más adelante en otra serie de artículos, las víctimas se han criado en familias de narcisistas. […]